Corren difíciles tiempos para quien quiere nadar contra la corriente. Los que, a pesar de todo se animan a hacerlo, deben atenerse a las consecuencias. ¿No son cada vez más los casos en que alguien es condenado por emitir una opinión contraria a la voz mayoritaria?
¿No hay acaso a nuestro alrededor un velado, pero consistente temor a la cancelación?
Ya no importa la verdad de la opinión que motivo la cancelación porque la condena no va seguida de una invitación al dialogo civilizado, sino a la rápida indignación moral multiplicada por medio de las redes sociales. Solo basta estar en el lugar equivocado en el momento equivocado y decir algo lo suficientemente incorrecto. No es poco, de todas formas.
Los tiempos en que el sueño libertario ilustrado proclamaba “Desapruebo lo que dice pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”, han terminado, qué duda cabe. Hoy más bien lo que la vanguardia farisea nos dice es: “Si no sientes de la misma manera que yo, entonces estas equivocado”. Entre una y otra afirmación hay un espacio público de diferencia.
La defensa del derecho a la libre expresión es el pilar del periodismo de investigación y a la libertad de prensa mientras el narcicismo y la cancelación nos está llevando al empequeñecimiento del espacio público y al nacimiento de hordas de personas indignadas motivadas a humillar a otras por pensar diferente y basándose en razones morales.
Paradojalmente esta actitud farisaica no proviene únicamente de los creyentes sino de las elites laicas y progresistas educadas en colegios laicos de clases altas. Tal vez el hecho de saberse perteneciente a una elite económica, social o cultural sea a fin de cuentas la razón por la que estos fariseos suelen defender y hablar en nombre de las minorías perseguidas, el medio ambiente, los animales y los pobres del mundo con el esforzado afán de los nuevos conversos. Es curioso, pero a esta altura un sacerdote resulta mucho menos dogmático que un joven liberal indignado en una marcha por el medioambiente o un joven animalista en un rodeo.
Tal vez las nuevas generaciones no les interesa saber, pero durante la revolución cultural china se usaron muchos de los mecanismos de cancelación cultural hoy dominantes: énfasis en la formación ideológica de las nuevas generaciones, creación de centros de reeducación para opositores, eliminación de exámenes de ingreso a las Universidades (paso libre a los creyentes), quema de imágenes del antiguo orden, llamado a los artistas a unirse al nuevo arte de vanguardia, propaganda, humillación publica de personas y familias vinculadas con los valores tradicionales chinos, cancelación del Confucionismo y el Taoísmo etc. Nada nuevo bajo el sol. El nuevo orden de los doctrinarios se termina por imponer por las buenas o por las malas. A fin de cuentas, siempre resulta atractivo buscar herejes escondidos.
La pregunta es hoy: ¿Por qué estamos más interesados en buscar herejes que en convertir a aquellos que no creen en nada? A fin de cuentas, son ellos, los que no creen en nada, los que están dispuesto a seguir a cualquiera porque todas las micros les sirven.
Photo: Sebastian Silva
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