Muchas cosas en nuestra vida se juegan en nuestras acciones. En ellas vemos o no reflejadas nuestras palabras y nuestros valores. De nuestras acciones depende eso que llamamos consistencia o credibilidad social.
Así como cada padre y madre debe enfrentarse día a día con la opción de demostrar o no que sus acciones son expresión de sus palabras para enseñar a sus hijos, así cada uno de nosotros debe aceptar la tarea de ser consecuente con sus palabras. El problema es que mal que nos pese, raramente uno resulta ser consistente con uno mismo. Es por eso por lo que el Cavafis años atrás nos recordaba nuestra falible naturaleza:
Jura cada tanto tiempo comenzar una vida mejor.
Mas cuando llega la noche con sus propios consejos,
con sus compromisos, y con sus promesas;
mas cuando llega la noche con su propia fuerza
del cuerpo que necesita y pide, hacia el mismo
placer fatal, perdido, va de nuevo.
La compulsión a repetir los errores, a entregarnos a aquello que sabemos nos aleja del camino de la coherencia con nosotros mismos, a nuestras palabras, nuestras afirmaciones, nuestras promesas. Ese obstáculo parece definirnos mucho mejor que nuestras permanentes caídas, fallos y falta de consistencia pública y privada.
Como sobre la superficie en un magma ancestral caminamos día tras día ajenos a lo que sucede bajo nuestros propios pies. Creemos saber quiénes somos cuando lo máximo que podemos intuir es, a veces, hacia donde nuestras inclinaciones nos llevarán. Ese diálogo nocturno con nuestros deseos, esa negociación honesta y desnuda parece ser lo único que tenemos a nuestro alcance.
Es raro encontrar a alguien que se conozca a sí mismo. Mas aun quien sea capaz de demostrarlo a otros consistentemente con sus acciones. Son dos cosas diferentes y la misma, como hemos visto.
Pero a veces, sucede.
En una ocasión Alejandro Magno se encontró a sí mismo en medio de un río torrentoso de la India persiguiendo al ejército enemigo. De pronto se dio cuenta que estaba solo en medio del río, sus soldados estaban en la orilla mirándole. El agua del rio estaba helada. Alejandro se dio media vuelta y al mirarlos gritó: ¿Se dan cuenta de las cosas que tengo que hacer para que me tengan respeto?
Esta clase de respeto que viene del ejemplo ajeno es el que hoy echamos en falta. No es la novedad de los eslóganes ni los datos científicos los que enseñan a los jóvenes que marchan en una manifestación por el medio ambiente o contra el racismo, sino la conducta individual que se ha moderado en sus propias pasiones. Esas presencias son las que deberían guiarnos en nuestras acciones colectivas. Alguien decía por ahí, “por sus frutos los conoceréis”.
Ahora que se preparan marchas en favor de migrantes y refugiados mantengamos un ojo atento en nuestra consistencia personal con los valores del diálogo, la democracia y el respeto de cada uno de nosotros con quienes nos rodean y la consecuencia con que actuamos con ellos en nuestra vida diaria.
Photo Sebastian silva https://a-visual-diary-for-tomorrow.tumblr.com/
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