Durante las últimas décadas y originada en Estados Unidos, se ha venido desarrollando una nueva arista en la discusión sobre los temas de justicia racial que refiere al tema de los aliados.
¿Qué quiere decir aliado?
Se refiere a personas blancas, educadas y privilegiadas que declaraban tener simpatía por las causas de las personas de color, migrantes y víctimas de racismo. Brevemente, la idea consiste en que personas que, sin tener la experiencia directa de racismo, marginación y pobreza, que por lo general marca las experiencias de vida de personas de color y de migrantes sur-norte, viven un proceso de cambio social y personal y se convierten en amigos-aliados motivados a declarar abiertamente su apoyo a las causas de justicia racial y actuar en concordancia. En su versión contemporánea por lo general se les puede ver en las marchas de Black Lives Matter y otras similares, participando de manera de no monopolizar la palabra para dejar que los propios afectados se expresen.
No sé ustedes, pero yo nunca he dejado de preguntarme: ¿Hasta qué punto alguien que nunca ha sufrido de racismo, discriminación o pobreza, puede declarar que empatiza con las personas que sufren estas situaciones?, ¿No se trata de una conciencia culposa que quiere pretender borrar todas las diferencias?, ¿No hay algo obsceno en condolerse por alguien que tiene frio en la calle mientras se está en una casa propia calefaccionada?
En Irlanda, en una ocasión una persona me invitó a una reunión de una organización que realiza distintos proyectos sociales. La persona a cargo señaló, “tenemos un buen grupo de personas motivadas a participar, pero el único problema es que todas ellas son blancas. Queremos darle un tono más inclusivo a nuestra reunión. Nos gustaría tener personas de color en el grupo, ¿Puedes invitar a tu gente?”.
Mientras la escuchaba yo me preguntaba cómo se sentiría una “persona de color” en medio de este grupo, y cómo actuaría este grupo teniendo a un nuevo miembro “de color” invitado solo para hacer este grupo más inclusivo. Sin embargo, lo que realmente me molestó no era que esta persona quisiera hacer su grupo más inclusivo invitando a una persona “de color”, sino que esa persona además de ser invitada a este grupo con su experiencia de migración, de racismo y de pobreza, tuviera que hacer todo el trabajo de tornar a este grupo más inclusivo. El invitado tenía que hacer el trabajo de exponerse frente al grupo y hacerlo pensar. ¿No les parece que era pedir demasiado?
Ese es el problema con los falsos amigos. Te invitan para que tú hagas el trabajo que ellos deberían hacer antes, para evitarles realmente hacer algo. Y así nada cambia. Todo cambio es realmente superficial y de apariencia.
No muchas personas, incluso aquellas que tienen una responsabilidad pública debido a sus cargos y trabajo, quieren hacer el trabajo de salir de su círculo, desafiar sus propios miedos y prejuicios e interactuar de manera verdadera con personas migrantes.
De qué otra manera entonces puede alguien comenzar a comprender la experiencia de otros si no es partiendo por perder el miedo a ese otro. Y para dar ese paso, muchas veces se debe superar la pereza o la simple indiferencia. Mientras tanto, abundan quienes piensan que el color de la piel define nuestros derechos, o que migrantes y refugiados han venido a quitarles sus privilegios.
Volviendo a la historia del grupo: existe una diferencia crítica entre hacer el esfuerzo y sólo dar la impresión. Este contraste crítico marca la diferencia entre generar cambios sociales reales y la teatralidad de las declaraciones.
Después de todo, quizá la única demanda que uno puede hacerle a un aliado blanco y privilegiado es que se meta en problemas haciendo el trabajo que tiene que hacer y que no espere que los migrantes y refugiados lo hagan por ellos. La colaboración inocua de los aliados es como un sticker pegado en la solapa que solo tiene como propósito mostrar a los demás un momentáneo y superfluo apoyo a una causa cualquiera.
Photo Sebastian silva https://a-visual-diary-for-tomorrow.tumblr.com/
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