La crisis de COVID 19 nos enseñó muchas cosas. Aprendimos de virus, bacterias y gérmenes, pero también aprendimos a levantar la cabeza de nuestro metro cuadrado.
¿Por qué?
Porque aprendimos que todos estamos interconectados y dependíamos los unos de los otros para detener una pandemia mundial. Pero en términos prácticos tal vez lo más importante de todo es que aprendimos a cuidarnos unos a otros.
Auto aislamiento, distanciamiento social o lavado de manos con alcohol fueron medidas que nos ayudaron a enfrentar los momentos más críticos y a evitar que otras personas se contagiaran. Gracias a todo esto hoy nos encontramos en una mejor situación para enfrentar el futuro y, por fin, dar vuelta la página. Pero antes de eso déjenme hacer una pregunta.
¿Qué sucedía con este cuidado de unos a otros antes de la pandemia? Parece que este cuidado existía, pero no nos dábamos cuenta. ¿No cuidabamos acaso unos de otros?, ¿Pero sobre todo porque no nos dábamos cuenta?
¿Estábamos acaso haciéndolo todo, pero dormidos?
Tal vez la rutina de oír catástrofes ocurriendo en lugares lejanos (refugiados ahogados en el Mediterráneo, personas sin hogar durmiendo a la intemperie en una abarrotada ciudad, desastres químicos o radioactivos que ocurrían siempre en lugares remotos etc.), fue limitando nuestras capacidades para cuidar unos de otros.
¿Cómo es que nos fuimos quedando dormidos?
La rutina mata el amor matando primero la imaginación. Y es que todo lo que hacemos y de lo que somos capaces, parece existir primero en nuestra imaginación. ¿Es entonces que nuestra imaginación se fue agotando?, ¿Cómo podremos saber si esto vuelve a ocurrir?, ¿Podremos prevenirlo?
Nuestra capacidad para cuidar es innata, lo saben los padres, los hijos y los amigos y todos aquellos que cuidan de otros. Se trata de una actividad sistemática, que demanda nuestra atención constante y que por ello puede tornarse aburrida: ¿No nos aburren por eso los niños con sus preguntas reiterativas y los abuelos contándonos siempre las mismas historias? Lo que no vemos es que en el aburrimiento anida un peligro.
¿Qué peligro?
El peligro de distraerse y dejar que nuestra imaginación se separe de aquellos que cuidamos. Cuando esto sucede la rutina se impone. La rutina es una forma opaca de ver la realidad por medio de la obligación que tenemos con el mundo. La distracción, el teléfono móvil, la televisión etc. reclaman nuestra distraída atención y le dan lo que ella demanda: movimiento permanente, continua distracción del aburrimiento. Se nos invita a retirarnos del mundo aburrido y a refugiarnos en el mundo del entretenimiento permanente. Es así como el no cuidado de los otros se impone y se transforma en una nueva rutina que se impone a la rutina del cuidado.
Un límite ha sido traspasado. Imaginen a un padre y su hijo en un restaurante y a cada uno de ellos mirando su teléfono móvil mientras comen en silencio. Esa es la imagen contemporánea del sueño de la razón de la que hablaba Goya.
Cuando nuestra atención es regalada a la entretención la rutina del no cuidado se torna la respuesta común frente a la realidad que nos rodea.
Tal vez la única forma de hacer frente al desierto del cuidado, su rutina desoladora sea aficionarnos al viejo oficio de mirar otra vez, descubrir y atender a las fronteras invisibles que nos separan y unen unos a otros.
Photo Sebastian silva https://a-visual-diary-for-tomorrow.tumblr.com/
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