Ángel Marroquín
Muchas cosas en la vida se aprenden en la cama, una de ellas es la esperanza.
Una persona enferma en la cama de un Hospital tiene mucho tiempo para pensar y repasar como en un viejo cine la película antigua de su vida. Tendrá tiempo para arrepentirse, sentirse orgulloso, alegre o triste con sus modestos logros y frustraciones. Pero a medida que avance la enfermedad, a medida que los monitores de presión arterial y ritmo cardiaco se agiten, así también, poco a poco la mente se inclinará hacia la esperanza.
Él entonces querrá mejorar, dejar de sentir por un momento el dolor sordo e inclemente de la enfermedad apretándole, él querrá volver a su casa o simplemente escapar de ese inquietante lugar llamado Hospital, el que se le antojará entonces, una fría y objetiva antesala de algo mucho peor.
Hospital y Esperanza aparecen unidas pero su unidad es solo aparente. Como son aparentes los alegatos de inocencia de quien ha sido condenado siendo culpable o los arrepentimientos de última hora de quien se hunde tras un naufragio en el agua salada y fría del mar.
Quien está enfermo y tiene esperanza de lograr su recuperación no tiene esperanza en realidad, solo ha instrumentalizado esta aspiración hacia sus propios y urgentes anhelos, la recuperación de su salud. Nadie puede juzgarle porque nadie está en su lugar ocupando esa cama solitaria y fría cerca de la ventana (“sobre el campo el agua mustia”). Aún así él se está jugando su última carta: él desea con todo su corazón mejorar y se agarra a lo único que le va quedando: un deseo genuino, inmaterial y delicado. Su personal y frágil esperanza.
Probablemente nuestro protagonista morirá, su familia le llorará un tiempo y luego se repartirá meticulosamente lo que dejó para descuidadamente olvidarle mejor. Alguien, tal vez, dejará flores en su tumba de vez en cuando el día de su cumpleaños.
Pero el misterio de la esperanza seguirá ahí iluminando el camino a otros pacientes del Hospital que llamamos La Vida y ese arcano seguirá ahí siendo invocado.
¿Qué hemos aprendido, esta vez, en esta cama?
Que la verdadera esperanza es inútil, frágil y gratuita. Y que esa es su utilidad. Que no se dirige hacia nada en concreto y no puede ser dirigida hacia nuestros propios fines. Que no se vende ni se regala. Que no posee y no puede ser poseída. Tal vez la esperanza consiste en no esperar.
Quién sabe, cada uno de nosotros al final del día tendrá una oportunidad para intentar responder a esta pregunta a su manera en su propia cama.
(c) Photo: Cover Album A momentary lapse of reason, Pink Floyd, 1987
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