Ángel Marroquín
¿Ves ese Aguacate? Sí, ese… ¿Te gusta? Anda, cómpralo, sin culpa…vamos, te lo mereces.
Basta con una simple cadena de pensamientos como esa para hacernos de algo que no necesitamos. Pero por supuesto ese no es el problema, sino la punta del iceberg. El problema de fondo es que nuestra distraída decisión mueve los engranajes del sistema de consumo traspasando continentes, fronteras y nacionalidades más allá de lo que vemos, de lo que queremos ver.
Probablemente cuando miramos ese Aguacate no queremos saber nada acerca de quienes plantaron el árbol, cuidaron de él, cosecharon las frutas, las almacenaron en pallets y empacaron esos aguacates en cajas de cartón acolchado para enviarlas por avión hacia Europa. Basta con saber que el Aguacate está de moda y que es parte indispensable de la dieta y estilo de vida sana que llevan nuestros amigos liberales.
Rara vez es leída la parte menos glamorosa de la etiqueta comercial que dice que países como Chile, República Dominicana, Perú, Indonesia y Kenia se esfuerzan mucho por ofrecer los precios más bajos en los mercados europeos de Aguacates, etc. Pero, ¿Quién paga el costo de tanta maravilla al alcance de la mano de los ciudadanos del primer mundo? ¿A quién le puede importar eso en el Siglo XXI?
¿A quién le puede importar que el porcentaje de consumo de Aguacates en Europa sea de 1,16 kilos per cápita, que el consumo de Aguacate en Europa haya crecido un 8% entre los años 2017 y 2019 y un 73% comparando los años 2015 y 2016?, ¿A quién le puede interesar que para producir un kilo de Aguacates se necesiten 2.000 litros de agua? El precio del Aguacate en Europa raramente sobrepasa los 5 Euros el paquete de 4 y eso es lo que importa.
No, a ningún consumidor de Aguacates Europeo le importa que en el latifundio Latinoamericano se privilegie darle agua a los arboles de Aguacates y quitársela a las personas de los pueblos cercanos. Tampoco les detiene el hecho que los campesinos y sus familias ganen un salario miserable trabajando todo el día al sol para producir esos Aguacates para ellos. Ninguno de ellos saldrá jamás de la pobreza porque nunca van a ganar lo suficiente con el aniquilante trabajo que tienen en las plantaciones de aguacate.
Conscientes o inconscientes nuestros pensamientos, actitudes y actos representan poder en la cadena de producción. Cada vez que compramos presionamos un botón y este apunta una y otra vez en una misma dirección impulsando la rueda del sistema en la dirección de la desigualdad y la pobreza de muchos y el privilegio y la riqueza de unos pocos consumidores ansiosos de honrar un estilo de vida liberal, trendy.
La culpa que aparentemente sienten los jóvenes consumidores liberales europeos a veces, no es un signo que las cosas vayan a cambiar en el futuro. Es solo una muestra de la distancia que separa cada vez más a los que subsisten malamente en trabajos precarios, mal pagados y mal regulados en el tercer mundo y la de aquellos que disfrutan los beneficios de ese sistema y que ignoran el origen de los productos y servicios que consumen. De la misma manera celebran la diversidad cultural pero no se mezclan con refugiados, solicitantes de asilo o inmigrantes de países pobres. Pero hablan de ellos, mucho.
La idea de culpa que hoy aqueja a la clase media Europea no es religiosa. Ellos, que mataron a Dios solo para poner al dinero en su lugar, lo saben. Se trata solamente de la resaca producida por el exceso de opciones de consumo. Es el exacerbado sentido de derechos adquiridos lo que conduce a los ciudadanos Europeos a caer en esa emoción, la culpa del consumidor consciente. Porque si de algo saben los consumidores es de conciencia, de los precios: barato es mejor y barato significa que no están obligados a verle la cara a quienes trabajan para producir esos productos en los subterráneos.
Pero el rey va desnudo por las calles de Europa. Su desnudez de clase media culposa se expresa en el cuento que ellos se cuentan a sí mismos para mantener su derecho a consumir: ellos piensan que se lo merecen porque trabajaron duro y porque ellos vienen de la pobreza y la conocieron en el pasado. ¡Tienen el derecho a consumir hasta morir o enloquecer de depresión en una casa solitaria en medio de las colinas!
Nuestros males se derivan de esta distancia, de esta ceguera voluntaria y cómoda que nos separa de los otros y del mundo. ¿Por qué acomodar la realidad a nuestros deseos personales se ha tornado la forma más común de negación de la realidad?
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