Ángel Marroquín
Una de las cosas buenas de aprender a vivir en otro idioma es que quedas inmunizado contra el perfeccionismo. Aún cuando tu nivel gramatical sea mejor que bueno, siempre te encontrarás con algo que te delate como un hablante no nativo: el sentido del humor, el uso de expresiones coloquiales o el acento. De cualquier forma tus expectativas de perfección en el uso del nuevo idioma serán derribadas tarde o temprano.
Pasarán años antes que dejes de intentar hablar el idioma perfectamente, solo para descubrir que a tu alrededor, los propios hablantes nativos, no le dan ninguna importancia al uso del subjuntivo, preposiciones o tiempos verbales. Mucho menos a la pronunciación que tú te has esforzado tan largamente en imitar. Pero no todo se ha perdido.
Porque has dominado los misterios de ese lenguaje, lo has hecho tuyo también, pero por sobre todo porque has aprendido recorriendo el camino largo, que por más que te esfuerces, la perfección que buscas no existe.
¿No es esa una lección que todos deberíamos aprender una y otra vez?
Porque el afán de perfección puede matarnos. La idea que quienes nos rodean no esperan sino que seamos perfectos al hablar, delgadas como maniquíes, musculosos modelos, estudiantes brillantes, una buena madre o padre, es una carga imposible de llevar. Aún cuando las redes sociales estén cargadas de imágenes de personas luciendo felices en sus vidas perfectas, algo en nosotros nos dice que es imposible. La apariencia del éxito no es el éxito y la apariencia de felicidad no es la felicidad sino que a menudo, todo lo contrario. Sin embargo, el problema no se encuentra ahí sino en nosotros, quienes prestamos atención a esas imágenes, a ese llamado.
¿Por qué entonces es que nos obligamos a ser perfectos?
Porque creemos que el éxito se consigue con trabajo duro, con esfuerzo. Así fuimos enseñados. Tal vez sea cierto pero, en el fondo, la cuestión es que todo ese esfuerzo parece orientarse en la dirección equivocada. ¿Por qué? Porque en lugar de ser mejores por nosotros mismos, pretendemos ser mejores para agradar a otros.
Es así como terminamos haciendo dietas para estar delgados y agradar a nuestros conocidos, o pretendemos ser inteligentes para atraer la atención hacia nosotros. Vestimos a la moda para sentirnos parte del grupo de moda. Pero vamos, tú lo sabes: no se trata de lo que tú piensas sobre ti mismo sino de lo que tú crees que los otros piensan de ti, ¿No es así?
Reconocerte imperfecto, cometer errores y dejarte corregir por otros son posibilidades para aprender. Mejorar, a fin de cuentas, es un asunto en el que estamos a solas con nosotros mismos. Anda, como dijo Samuel Beckett: Inténtalo, fracasa, no importa, inténtalo de nuevo, falla mejor. Date cuenta.
(c) Photography by Sebastián Silva. https://la-periferia-interior.tumblr.com/
Leave a Reply