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Él sabe dónde están enterrados los cuerpos

Ángel Marroquín

En un lugar de las novelas de espionaje de cuyo nombre no me quiero acordar, existe una agencia a la que son enviados todos aquellos espías que han cometido errores que han hecho fracasar sus misiones[1]. Los motivos de sus fallos son diversos: revelaron por error su identidad, uno de ellos dejó olvidado un documento “Top Secret” en un lugar público, otros llegaron tarde a una cita clave y, los peores de todos: los que se enamoraron de una agente enemiga con las consabidas consecuencias, etc. En esta agencia purgatoria los agentes tienen la última oportunidad de redimirse porque, como todo el mundo sabe, de espía la gente no se jubila.

La última oportunidad sabe a esto: estar agarrado con ambas manos a una vieja raíz con un acantilado bajos los pies. Así es como algunos llegamos a la denominada “crisis de la mitad de la vida”, término acuñado recientemente para referirse a una serie de síntomas y malestares de todo tipo que se acumulan durante décadas y que tienden a estallar en la vida de las personas entre los 40 y 50 años de edad. Una de las características más notorias de este mal es el de querer cambiar: de esposo, esposa, trabajo, estilo de vida, de país, de amigos, lo que sea.

Aun cuando pueda parecer nueva esta inquietud ya en los tiempos de Dante era bien conocida. Es así que Dante inicia la Divina Comedia con esta inquietante acta de fundación: “En medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida”

Es difícil describir la sintomatología de este mal moderno, sin embargo, a nuestro alrededor podemos ver sus frutos: hombres platinados del brazo de jóvenes mujeres, parejas que tienen su último bebé, sórdidos romances en el lugar de trabajo, abruptos cambios de apariencia en personas antes formales, viajes relámpago a Cancún, México o Brazil, experiencias místicas con Ayahuasca en el Amazonas, cursos rápidos de Mindfulness o Budismo, rapado de cabellos tipo mohicano, nuevos pequeños tatuajes en tobillos y caderas, tinturas de cabello color púrpura o rojo furioso, hombres conduciendo motocicletas a toda velocidad, etc.  

¿Cómo es que personas antes seguras de sí mismas y de sus vidas llegan a esto?, ¿No les veíamos acaso confiadamente cada día en el metro o en sus trabajos caminar y opinar tan seguros de sí mismos?, ¿Es que realmente no estaban seguros de querer la vida que habían construido tan dedicadamente a lo largo de años y años de hipoteca?

No deja de resultar sorprendente cuan poco se necesita para dejar atrás esa vida plena de seguridades y confort material. Tampoco es tranquilizador pensar que muchas personas se están atreviendo, después de este tiempo de pandemia y cambio climático, a cambiar sus vidas y a aceptar que sus crisis de mediana edad no son sino el síntoma de algo nuevo que se aproxima: el tiempo en que deben aceptar que el mundo que conocieron, no existe sino en esa vieja raíz de la que penden.

Mientras tanto esperemos en nuestra agencia de espías fallidos a que nos llamen para darnos la última misión para redimirnos y, quien sabe, alguna vez volver a fallar, mejor.


[1] Slow Horses, Mick Herron, 2010.

(c) Photography by Sebastián Silva. https://la-periferia-interior.tumblr.com/


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