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Pancora

A Ricardo.

Un sábado en la noche fuimos a ver una pelea al club de boxeo que había cerca del departamento en que vivía en ese tiempo. Las peleas preliminares estuvieron buenas y calentaron el ambiente para la de fondo: un desconocido boxeador de la provincia lejana retaba a un púgil local que contaba con el favor del público.

La pelea fue rápida y en todo momento el retador se aproximó e intentó ganar la pelea. Si bien el púgil local contaba con una técnica perfecta, el retador contaba además con una resistencia física que nos impresionó a todos. El púgil local temeroso y sorprendido trató de hacer pasar el tiempo hasta que la campana sonara tras cada round. Así pasaron cerca de 10 rounds. Pero el visitante de la provincia había venido a ganar. Y lo intentó y todos lo vimos.

La pelea terminó y el resultado fue anunciado. El púgil local ganaba la pelea por escasos puntos. Entonces nos pusimos de pie todos los que estábamos en el local y gritamos lo que nos pareció obvio: el resultado había sido fraudulento a favor del local. Bajamos corriendo mientras el retador con la cabeza baja miraba la punta de sus zapatos. Recuerdo que la transpiración le cubría el cuerpo y que había sangre en su cuello. Tras de mi escuché que alguien le gritaba: “Tú ganaste”, “te robaron la pelea”.    

Era casi medianoche y mientras dejaba atrás el local imaginé al boxeador de la provincia viajando de regreso a Quellón, su pueblo de pescadores y aserraderos en su isla lejana y brumosa. Con el rostro aún tibio por los golpes recibidos mirando a través de la ventana el amanecer. ¿No éramos todos, por aquellos años, el reflejo de ese hombre en la ventana? Gente a la que le habían robado algo: su derecho a vivir en una casa, a educación, su dignidad, su tranquilidad y sus sueños? Solo consigo mismo viajando de vuelta y repasando la pelea en su mente, ¿No era eso lo que hacíamos cada mañana cuando íbamos a nuestros trabajos y veíamos nuestro reflejo en las ventanas del metro o del Transantiago?

Hoy recibí un mensaje en mi teléfono: mi amigo Ricardo me contaba que el boxeador que vimos aquella noche peleando a la contra, había ganado un título en la asociación norteamericana de boxeo.    

Finalmente el Pancora, lejos del Chile de las Concertaciones, Alianzas y pitutos, había tenido la pelea que se merecía y había ganado. Con la misma mano con que había recibido el fracaso esta vez recibía su cinturón de campeón de peso Gallo de la Federación Norteamericana de Boxeo y el campeonato Continental Latinoamericano del Consejo Mundial de Boxeo.


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