Ángel Marroquín
Finalizan las cuarentenas y es tiempo para sentir alivio pero también preocupación.
En Irlanda, como en UK antes, a partir de hoy, paulatinamente se levantarán las restricciones asociadas a ésta, la cuarentena más prolongada que se ha tenido. El verano europeo comienza y se ve con buenos ojos esta liberalización, especialmente en el comercio el negocio hotelero y el turismo, todos fuertemente afectados por las cuarentenas. La vacunación de la población mayor de 60 años ha terminado con éxito y se extiende rápidamente a la población más joven. Los números de personas en Unidades de Emergencia han bajado. Los problemas con AstraZeneca van quedando atrás y otros proveedores de vacunas se encuentran supliendo sin restricciones a los países europeos. En términos generales todo parece indicar que se inicia algo así como un retorno seguro a la normalidad. Hoy es Europa y, si todo funciona, más tarde será el mundo el que vaya dejando atrás esta inesperada y fatídica pandemia.
Mientras tanto yo leo una y otra vez un cuento Autopista del Sur del escritor Argentino Julio Cortázar en busca de claves para interpretar este momento, que podríamos llamar, histórico. Déjenme brevemente compartir con ustedes algunas ideas pero primero revisemos sintéticamente al argumento.
Un día domingo ocurre un terrible embotellamiento en las afueras de París. El embotellamiento se prolonga por días y los tripulantes de los automóviles comienzan a trabar amistad brindándose amistad, soporte emocional, ayuda material etc. La pequeña comunidad formada por los conductores y tripulantes de los autos más cercanos comienzan a especular acerca de los motivos del embotellamiento y suponen razones, discuten y argumentan. Poco a poco, los alimentos comienzan a escasear y el grupo debe comenzar a elaborar estrategias para mantenerse bien, ellos crean sistemas de vigilancia, ayuda a los más viejos e incluso deben hacer frente a la muerte de un automovilista. Las circunstancias son aterradoras y los personajes deben hacer frente a eso que se viene a llamar desde tiempos inmemoriales “el lado oscuro” de la naturaleza humana en circunstancias limites, la maldad, el egoísmo y el abuso. Pero también el autor nos muestra la amistad, la empatía y el amor y la pasión surgido entre dos personajes.
El cuento finaliza con la disolución del embotellamiento. Poco a poco los automóviles comienzan a moverse, cada vez con mayor celeridad y cada uno de los personajes van olvidando lo sucedido y van, poco a poco, imaginando el lugar hacia el que se dirigen, la ducha que quisieran darse al llegar a casa, la cama en la que desearían dormir y que ellos suponen que les está aguardando después de pasar por este embotellamiento tan extraordinario. Ninguno de ellos mira hacia atrás.
¿No les parece que este cuento fue escrito como una clave para los tiempos que corren? ¿No es, esta historia, una especie de mensaje contenido en una botella lanzada al mar el año 1966 y que ha llegado a la orilla de este mes de abril del año 2021?
A mí me parece que este momento corresponde al final del cuento. Comenzamos a salir de la cuarentena más larga, la que tuvo el más alto y más triste número de contagiados y muertes. La normalidad comienza a llegar y yo me pregunto: ¿Vamos a olvidar lo que sucedió durante estos meses?, ¿Vamos a desaprovechar esta experiencia?, ¿No vamos a mirar en profundidad lo que ha pasado entre nosotros? ¿No vamos a pensar en el mal que nos hicieron, el mal que hicimos, lo que nos abstuvimos de hacer? ¿No estamos ahora mismo olvidando y ansiosamente imaginando lo que haremos una vez que las restricciones sean levantadas, una vez que seamos libres por fin? ¿Pero libres para qué, pregunto yo?
¿Para volver a comprar, para volver a ser esclavizados por la necesidad creada por un sistema al que le importamos un carajo? ¿Es que, finalmente, no vamos a cambiar la forma en que vivimos?
Esta pandemia es la más horrorosa experiencia que hemos vivido en largo tiempo. En Europa solo se la compara con la Segunda Guerra Mundial en su letalidad. Muchas personas, padres, madres, hermanos, hijos murieron y siguen muriendo en países como India, Brasil o Estados Unidos.
La única manera que tenemos de aprender es hundirnos en la catástrofe humanitaria que aún está ocurriendo. Mirar el horror a los ojos, volver la mirada hacia él, mirarlos a los ojos. La única forma de escapar no es hacia adelante, hacia el consumo estupidizante, sino hacia todo el mal que ha hecho patente esta pandemia: el abandono en que están los países pobres ex colonias, los derechos privados de las vacunas que están en manos de empresas farmacéuticas, el egoísmo mostrado por algunos gobernantes a la hora de privilegiar a sus poblaciones, los beneficios que han tratado de lograr algunos grupos corporativos y la presión de grupos económicos por abrir las economías prematuramente y un largo etcétera. Esto es lo que tenemos que mirar, este es el pasado que no queremos que vuelva a ocurrir. Delante de nosotros solo hay un vacío, un desierto. Hacia atrás las tinieblas.
Las tinieblas que contiene esta experiencia Covid 19 contienen la claridad que necesitamos para iluminar el vacío de lo que viene.
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